jueves, 6 de noviembre de 2008

El lugar donde nacen los sentimientos


Pasamos la vida pidiendo a nuestras emociones estar a flor de piel, exigimos a los sentimientos que se muestren al instante, preocupándonos de demostrar cuán intensos son a un puñado de “amigos” en nuestra red social. Saltan chispas entre pieles distintas que se encuentran a milímetros, que olvidaron sus corazones en sarcófagos en algún valle cerca de Tebas. Sólo demandamos paquetes de viajes, ya veis, ya no crecemos. Sólo contamos monumentos y monedas de diez céntimos en la fontana de Trevi.

Ya no nos preocupa la raíz de nuestros sentimientos, no nos interesan ni su naturaleza ni su verosimilitud. Pero la raíz sigue existiendo, está ahí y la ignoramos. Somos capaces de manejar con soltura cualquier aparato electrónico sin conocer su procedencia o su funcionamiento interno. Y no nos importa porque otros los simplificaron para nosotros. Como lo hacen los emoticonos predefinidos del Messenger.

Sin embargo, todos tenemos la capacidad para determinar la calidad de un escalofrío, todos podemos saber cuánto calor transmite una lágrima y todos somos capaces de pesar un “te quiero”. Pero no todos utilizamos esa capacidad, perdonadme si hago distinciones, es que hay mucha distancia entre algunos de nosotros.

Buscar tu alma gemela consiste en confiar en que existe un rincón en algún lugar del alma reservado para los sentimientos más profundos. Esos que, cuando llegan a la superficie de nuestro cuerpo, lo hacen de forma irrefrenable, implacable y volcánica. Que no conocen la corrección política ni la educación para la ciudadanía, son tan profundos que la luz es un concepto nuevo para ellos y no tienen miedo a ser vistos.

jueves, 9 de octubre de 2008

La decadencia de Raúl o el final de nuestra infancia

Ya ves, se acaba. No todos los días puedes asistir a un final en directo, pero hoy sí. En esa palanca ortopédica en un gol que sirve para poco ves cómo se acaba una era.

Si preguntas qué idolatras, casi todo el mundo (la gente de bien al menos, los que me hablen del drimtim ni tienen mierda en las tripas) te dirán con un brillo en los ojos ¡El madrid de Valdano! ¡Laudrup! ¡RAUL!. Ni siquiera haber visto la segunda venida del mesías sobre Glasgow cambia las cosas. (¡Amavisca! ¡Zamorano!)

Pese a que todos nos hemos ido haciendo mayores en diferentes lugares, todos empezamos a ser conscientes de muchas cosas en ese año 1995 y todos, todos, encontramos la puerta cinco veces abierta a estos más de 10 años en el Bernabeu (¡Luis Enrique!).

Ahora, asistimos al declive. Hemos ido dejando cosas en el camino y vemos como en el momento de más gloria (El práter!) hay algo que quedó atrás, algo muy muy muy grande, algo que hace 10 años pensabamos que jamás se separaría de nosotros, pero claro, llegas ahí arriba y dices, sí, era necesario.

Ves como, en el momento de ponerse ese brazalete, las cosas empezaro a torcerse. Como el peso de la responsabilidad nos agría el carácter y nos hace llevar el look-mendigo por dentro o por fuera. Al fin y al cabo, esperar que las cosas no cambien es demasiado ingenuo, cada día llevamos más mierda encima y nos cuesta más volver a ilusionarnos.

En el fondo, quieres pensar que tienes la posibilidad de no romper con la inocencia, de seguir soñando con que tú también levantarás esa copa, pero claro, pasaron más de 10 años, probablemente a estas alturas soñar habrá bajado un 10% en Wall Street.

martes, 26 de agosto de 2008

Voz en off



¡Basta ya! Da un golpe en la barra, mírame con el ceño fruncido y aprieta tus mandíbulas. Plántate ante tus fantasmas, háblales de soberbia, diles que no saben con quién están tratando hoy. Amenázales con tu futuro.

Joder, deshaz el presente, podrías empezar por besarme. Invéntate, si quieres, la primera canción. Convierte mis inseguridades en escalofríos y en piel de gallina, en tormentas tropicales.

No me mires así, venga, es verano. ¿Desafiarías a Ícaro esta noche? De acuerdo, incendiaré mis pupilas, te dejaré volar cerca de ellas, vamos a probar. Haz ademán de superioridad, sabré que hoy es el día. Ambos hemos aprendido a navegar en el pasado.

¡Vamos! Tú sabes ser más directa, no evites mi mirada. No debes esperar a tu corazón, está todavía cansado, puedo verlo. Tu cabeza ya le perdió la pista, ¡a que sí!, ¿a qué trata de recortarle terreno cada noche?

Acércate, eso es, ahora cuéntame algo sobre ese lunar, dime que te hace sexy. No me obligues a hacerlo a mí, sabes que voy a hablarte de tu sonrisa.

Vaya, después de esto, ha cambiado el tono de tu voz, ahora nos vamos entendiendo. Tus palabras van llenando los huecos que mis dedos van dibujando en tu espalda, ya somos igual de predecibles… ¡Qué importa!

Mira, hoy no voy a reparar en pesquisas, me parece que el tequila ya cumplió su cometido. Voy a besarte.

Lejos


El sonido en el más profundo vacío me delata, cada noche la relatividad puesta en duda, mi almohada debe pensar que soy el peor físico de la historia.

Un prototipo de nave espacial, que nunca verá la versión final, rompe barreras supersónicas y superlumínicas cada vez que quiero huir de todo. Y cada vez voy más lejos, mucho más allá de los límites del Universo. Más allá de lo conocido y de lo aun desconocido. Allí descubro la capota de mi nave y, en ausencia de gravedad, mi cuerpo nota que estoy fuera del alcance de cualquier influencia cósmica. Necesito estar realmente lejos, de esta forma puedo abarcar con la vista realmente todo lo que existe, despojarme de los prejuicios que cada día tratan de arraigar en mi inconsistente cerebro y pensar con claridad.

Y cuando examino mis manos, que hace poco tocaron tu pelo, veo que ahora sí son capaces de transmitir tu tacto, lo poco que queda de tu encanto, para dejarlo alojado en diminutos cajones que almaceno en la otra punta del infinito. He llegado a configurar un verdadero firmamento, ausente de masa y regido por la fuerza de mi tímida desobediencia y por las diminutas descargas electrostáticas que, alguna vez, intercambiaron nuestros dedos. Esta noche por fin he completado una nueva galaxia, distinta a las que ya acumulan telarañas y motivos para no volver a ser alteradas jamás, pero a la vez la más consistente en cuanto a su propósito.

Voy más allá, cada vez estoy más lejos de casa, cada noche tardo más en regresar, a pesar de que mi nave cada vez es más veloz. El tiempo colapsa en mi lóbulo temporal y ya no distingo entre el placer y la ira, por esto no puedes venir, no nos lo merecemos, no es tan sencillo. Verás, aquí hay poco espacio para dos y no voy a pronunciar más veces eso de: “huy, esta vez ha estado cerca”. Un paseo por la luna los viernes y volver a una cárcel de oro el resto de la semana, eso sí es ser radical.

¿Quieres que me ponga serio? Vale, podríamos tener veinte años, podría pasarme el día desordenando tus cds y apagando velas que huelen a incienso con la paciencia. Pero, para qué engañarte, eso no pasará. ¿De qué sirve ironizar? Es más fácil herir, las cicatrices distraen la atención de la mirada, que siempre busca achaques de la edad. Las heridas enseñan más que tu vestido.

miércoles, 16 de julio de 2008

Ready?


Vivir, que vida vivir, que vida esta que nos queda por vivir, hasta morir, cuando morir al final de vivir no es más que decir: ¿para qué morir si lo que menos he hecho ha sido vivir?

Hoy pensé en qué me toca, en qué baso mi tiempo. Hoy pienso en mi muerte, en mi día último, en mi momento último. Hoy pienso, como muchos lo harán, en que todo se acaba en algún momento; que no hay máquina que corrija eso. Hoy pienso en qué es lo que no habré hecho cuando llegue ese día. Hoy pienso en la locura, en el devenir, en el ir sin destino, sin sentido, en el dinero y en el pelo engominado... en el "¿cómo será?

Hoy voy a salir a la calle, bueno primero dormiré un rato, luego saldré, si viene que me pille ocupado. Cuando sea pero ocupado.

martes, 1 de julio de 2008

Soy el número 10



A veces, soñar no es más placentero que una tarde contigo. Otras veces, tu presencia se convierte en la peor de mis pesadillas. Hay tardes en las que en el mundo no cabe mi ambición, y hay noches tan vacías que salir no sirve ni para encontrar mi propio eco.

Hace unos días, de camino a la universidad, vi a un chico que vestía una camiseta de la selección de Escocia. De repente, un montón de recuerdos colapsaron mi cerebro por momentos: El Trio, el 16 – 6, las de la Charca, el pedal de Luis, ¿parece que hay fuego en la formación?, ¡soy Terminator!, ¡Puta!, ¡Agu, es a la derecha!... y todas las que se me olvidan.

Alguno de nosotros siempre añora tiempos pasados, no somos reticentes al revivir algunas experiencias que han construido nuestra relación, nuestra personalidad.

Y por mi parte tengo que decir que, por fin encontré mis vaqueros favoritos, aquellos que perdí hace meses. Podría hablar de la ilusión que me hizo el mero hecho de recuperarlos, o de la altísima montaña de perjuras, maldiciones y lamentos que se adueñaron de mi lado pesimista instantes después. Podría jurar que todo aquello cambió mi percepción, que me planté y me prometí que ya no más, que no volvería a caer. Podría hacerlo, pero es que esto ya lo conocéis. Os ha pasado a cada uno de vosotros, a todos nos pasa. Los intervalos son de distinta duración, individuales. Las conclusiones son subjetivas.

He descubierto que hay un miedo, subyacente, aún más grande que el original. Es el vértigo a ver que han cambiado (o se han reedificado) nuestros ideales.
Es una sensación extraña de desamparo y desprotección, desconcertante por momentos, pero pasajera.

Después de esta reflexión, si perdemos la amistad, ¿se desmorona todo lo construido?, ¿Qué perdemos, entonces, en realidad?
Perdemos esa fuente de conocimiento en concreto. Sin embargo, en mayor o menor medida, hemos aprendido a interpretar y a ver la vida con otra óptica. Eso se queda con nosotros.

No podemos negar lo que somos. No, cuando nos alimentamos de lo vivido. Quizá pases por mi lado y pienses en el tiempo que hace que no nos hablamos. O quizá, al pasar por mi lado, pienses en el día en el que nos conocimos. Ya ves, aunque nos empeñemos, algunos recuerdos son indelebles.

sábado, 10 de mayo de 2008

Ser...estar...parecer

Han tenido que existir siempre pero ahora es cuando lo veo. Si sales un día cualquiera a la calle te darás cuenta de lo que voy a contar. Si cierras por un momento el lado derecho de tu tiempo útil y dejas abierto el otro, verás que sólo, solamente, hay dos tipos de personas.

Por decir, decimos, dos formas de vida; sean:

Están los rubios de bote y los morenos de playa. Las novias quinquilleras extremádamente platino o las extremádamente azabache. Éstas suelen estar junto a un chico que puede ser gustoso de lucir oro en el cuello o plata en la nariz. Están las personas que se compran el coche blanco porque es más limpio y las que se lo compran blanco porque es más barato; las que lo tienen negro porque luce más o las que lo tienen negro porque se ve menos en la oscuridad.

Lo cierto es que puedes ser de Nesquick o de Cola Cao, de Coca Cola o Pepsi, de Ballantines o de J&B. Puedes ser de Funcky o de House, de House o de Anatomía de Grey. Puedes ser carne de Reality o tragarte cada medio día el Reality de la 2ª edición del Telediario donde tú también superaste el casting. Puedes vivir contando los días vividos o contando los que te quedan por vivir.

Hay dos tipos de personas: las que cuentan por dos sus experiencias o las que hacen disipar las futuras sensaciones de los demás.

Puedes ir en bus o en bicicleta por la misma razón que hay gente que elige colar la pulpa de la naranja cuando se exprime un zumo natural o disfrutar de él masticando cada trocito que se encuentra su lengua.

Están las que respetan las normas y las que ignoran que éstas existen. Están las que bailan con un solo pie mientras están apoyadas en la barra del bar o las que bailan sin apoyar ningún pie siquiera en el suelo. Las que filosofean con Ortega y Gasset y las que lo hacen con la vida que le rodea sin saber que es lo mismo. Las que aprenden mirando el mar y las que no saben que es salado porque aún no lo han probado. Las que nunca aprenden y las que nunca aprenderán. Las que lloran a escondidas y las que se lo creen cuando se miran en un espejo después.

Las hay de Internet y las hay de Internet. Las hay que pagan y las hay que esperan. Las hay que se venden y las hay que suspenden cada mañana ESAV (Economía Social para Aprendiz de Vividor).

Están las que no echan azúcar al café y las que se guardan el sobrecito en el bolsillo de dentro para después; las que fuman por elegancia o las que lo hacen por necesidad. Las que cuentan los portales impares toda su vida y las que cuentan los pares porque es más fácil llevar la cuenta de su entorno dependiendo del momento en el que se encuentre. Las que no saben que hacer con su cuerpo y las que se conocen de verdad. Las que eligen y las que eligieron por ellas.

Las que creen que para generalizar usamos el género masculino y las que siguen muriendo porque alguien no sabe que la palabra “persona” es femenino del singular. Y “personas” femenino del plural…

Las que avistan ovnis cada 2x3 y las que no encontraron el Halley la última vez que pasó. Las que beben 0,0 y las que beben SIN. Las de tinto de verano de terracita y las de tinto todos los días del año en casita.

Hay más, muchos más estilos contrastados, y si yo fuera de otra forma seguiría enumerándolos. Pero paro aquí; yo soy de los que usan los medios para comunicar sin olvidar que para comunicar hace falta algo o alguien que sea comunicado, que para SER hace falta ESTAR primero cerca de alguien.


jueves, 8 de mayo de 2008

Creo en...

Nunca te quejes de nadie, ni de nada, porque fundamentalmente tú has hecho lo que querías en tu vida. Acepta la dificultad de edificarte a ti mismo y el valor de empezar corrigiéndote. El triunfo del verdadero hombre surge de las cenizas de su error. Nunca te quejes de tu soledad o de tu suerte, enfréntala con valor y acéptala. De una manera u otra es el resultado de tus actos y prueba que tú siempre has de ganar.

No te amargues de tu propio fracaso ni se lo cargues a otro, acéptate ahora o seguirás justificándote como un niño. Recuerda que cualquier momento es bueno para comenzar y que ninguno es tan terrible para claudicar. No olvides que la causa de tu presente es tu pasado así como la causa de tu futuro será tu presente.

Aprende de los audaces, de los fuertes, de quien no acepta situaciones, de quien vivirá a pesar de todo, piensa menos en tus problemas y más en tu trabajo y tus problemas sin eliminarlos morirán. Aprende a nacer desde el dolor, y a ser más grande que el más grande de los obstáculos, mírate en el espejo de ti mismo y serás libre y fuerte y dejaras de ser un títere de las circunstancias porque tú mismo eres tu destino.

Levántate y mira el sol por las mañanas y respira la luz del amanecer. TU eres parte de la fuerza de tu vida; ahora despiértate, lucha, camina, decídete y triunfaras en la vida; nunca pienses en la suerte, porque la suerte es el pretexto de los fracasados.

Pablo Neruda

No sé cuánto hace que leí esto, ni dónde. Lo cogí, lo copié y desde entonces ha estado colgado siempre en mi cuarto, allá donde he ido. Supongo que con el tiempo se ha ido constituyendo como mi credo particular.

Es curioso cómo van cambiando de significado las líneas con los años, y cómo hubo épocas en las que me empeñaba en vaciar los renglones para justificar cualquier contexto.

También es curioso que ahora un rechinar de dientes, que se va convirtiendo en estruendo a medida que leo, no me impide oírme a mí mismo.

Hoy me sorprende poder compartirlo sin aprensiones, poder decir que esta es mi vida, que se va pareciendo a lo que quise. Ahora dime, ¿a qué se parece tu vida?

martes, 29 de abril de 2008

De Regina al Cielo (o a donde esté)

Regina se une con Feria en el Bar Vizanco, a la altura de la plaza esa de la que no me acuerdo del nombre pero sí de sus adoquines en espiga o de sus rejas en rincones, colocadas de esa forma tan extraña o tan absurda...
La calle Feria es algo así como un universo de radios y faros Rinder que giran y brillan alrededor de los pivotes fundidos en el pueblo de Camas; los mismos pivotes que dirigen el tráfico de perros y mendigos, de señores y faldas de vuelo, porque allí los coches no pasan sin arrepentirse primero.

En un extremo las murallas, en el otro Bellas Artes... justo en la mitad una tienda que vende las telas por peso y donde un retal de feo estampado Damasco se puede convertir en la mejor obra plástica jamás pintada.

Vuelvo a Sevilla con todo lo que ello supone (o el calor te deja suponer). ¿Qué quieres que te diga? ¿Te cuento mi dicha?

Sevilla es ese lugar de la geografía española donde los pies nunca sufren cuando andas horas y horas a través de ella. Es el deseo de querer deseársela a tus seres queridos; es el portal de Belén con ese habla tan "vasilón" que tienen sus figuritas cuando "vasilan" detrás de una "servesa bien frejquita" o delante de una morena de volantes en el pelo y negruras sin lluvias pero con ojos llenos de tormentas.

Sevilla es el aire ligero en abril, el blanco de naranjos o el río mismo. Es el perfil en stereo cuando pasas por el puente del Cachorro: a un lado Triana, al otro la Giralda, y allí a su frente un barco repleto de guiris a punto de zarpar. Paraboloides Hiperbólicos que protegen del Sol de las ocho de la tarde, aún rabioso. Y skates, y locos... y más locos y una loca que te puede tocar la guitarra (tan loca como aquella) en un bar de locos sin que te des cuenta de "ná"!

Vuelvo a Sevilla para acercarme a alguien del que difícilmente me separaré. Sí, abuelo, no sé hasta cuando pero soy profe, profe de lo mío, por fin. Por eso volví a Sevilla. No hay un solo día que no me acuerde de que tú también lo fuiste, quiero decir, profe de lo tuyo; de tu nieto; de tu asignatura mejor estudiada.

¿Te digo cuantos alumnos tengo?

sábado, 19 de abril de 2008

Un tipo genial


Siempre me habían dicho que tenía facilidad para hacer amigos. Claro, ya antes de jugar a la amistad con mis compis de los primeros cursos de la EGB, salía a la plazoleta de mi calle, yo sólo, a darle caña con mi pelota a las paredes. Lo bueno del juego es que la pared te devolvía la pelota mucho más rápido que si lo tuviera que hacer un amigo. Sí es verdad que de vez en cuando llegaba algún desconocido a unirse a mi entretenimiento. Jugábamos, jugábamos y cuando nos cansábamos, nos íbamos a casa. Ea!! Ya tenía un amigo.

Hoy me da por poner música de Sabina, me da por escribir. La verdad es que llueve con fuerza en todo el occidente andaluz; tengo la ventana justo enfrente de mí y vuelvo a estar sólo y pensando: ¡pero qué cruel soy, coño!

El día que sepa mezclar me cambiaré el nombre, hasta entonces, lo siento. Alguien me dijo un día que podría estar equivocado y no me escuché.

No dudes que cambio entrevistas de vidas distintas por mi pelota.
No dudes que tengo facilidad para hacer amigos.

No dudes que soy un tipo genial...

lunes, 14 de abril de 2008

Estoy orgulloso (verano de 2004)

¿Por qué llevo tanto rato aquí plantado en la silla esperando a que tu estado vuelva a ser Conectado?

La razón me juega una mala pasada. Son nuestras ganas de sentir, de experimentar, de gritar al mundo: ¡Eh, que aquí estoy yo!...

Pienso en lo que echo de menos… ¡todo!

¡No! es la maldita rutina, esa de la que no queremos escapar, la que nos acostumbró a sonreír y a querer, a ser queridos.

Pero dime, cuando el querer o el ser queridos falla, cuando admitimos que hemos perdido el criterio, dime, ¿cómo estar de vuelta de la rutina y no tener miedo de volver a dedicarnos a nosotros?

Han sido muchos fines de semana dedicados exclusivamente a avivar un fuego sin oxígeno. Infinitos kilómetros vacíos se me vienen a la memoria. Frustración al no encontrar como respuesta más que una sonrisa no del todo convincente cuando abro en canal hasta mi alma. Llegar a verme inmerso en un mundo surrealista y alejado de la forma de vida que mis dudas ponían a mis pies. Saberme cegado desde el primer abrazo.

Poner en juego la energía más limpia que mi cuerpo generaba en una relación totalmente asimétrica para no encontrar más que cansancio que nublaba lo que realmente había sido mío (amigos, estudios, familia…).

Imposible guardar rencor, muy difícil desprenderme de todos los sentimientos que nos robamos, es complicado cambiar.

Necesitamos tiempo, retomar el orden y volvernos misóginos (bueno, tu odiar a los hombres, es que no sé como se dice) por un día, pero…

No podemos estar solos (creemos que no debemos), las sonrisas nos anclaron en esta forma de vida, los abrazos nos han vuelto melancólicos y los besos nos han hecho adictos.

Estar sólo es morir (oh! el catastrofismo personificado en cada uno de los hombres vivos), la soledad aviva el recuerdo y las ganas vanas de odiar. Debemos pensar en otras personas y así distraer frívolamente nuestro ego con causas inverosímiles que sólo existen entre nuestra almohada y nuestros párpados cerrados, y que llevan a nuestra cara una sonrisa no exenta de ironía que nos recuerda lo que somos, lo que soñamos y lo que nunca fuimos en cuestión de amar.

¿Qué es el orgullo de un adolescente? Es tan intangible como la lealtad a nuestra edad, tan volátil como el amor incondicional. Yo no sé que es el orgullo.

lunes, 7 de abril de 2008

Nueva sección en marcha!!!

Pues como reportero oficial, queda abierta la nueva sección, donde se incluirán las fotos que durante varios años nuestras cámaras fotográficas han ido plasmando los grandes momentos memorables que hemos vivido juntos.

Si alguien dispone de más fotos, pues que lo comente y pasaremos a incluirlas.

Un saludo. Ángel.

martes, 1 de abril de 2008

Corrección relativista


Ahí, en ese diminuto círculo… no sé. Quizá ahí, justamente ahí, hace más de 13 mil millones de años, estábamos tú y yo, y no sé… 6.500 millones de personas más. Además del resto del Universo. Pero lo más sorprendente, lo que no consigo explicarme, es que ahí cupieron todas las metas, todos los propósitos y todos los besos.

Y en menos de un segundo… ¡en mucho menos de un segundo! ya ocupábamos un espacio inmenso, ¡millones de años luz! Por suerte, quedamos separados unos de otros por tan solo un puñado de kilómetros…

Tú no puedes volar a la velocidad de la luz, pero a cambio se te ha dado mucho más de un segundo, se te ha dado una vida entera para cruzarte con un montón de caminos.

Te mereces el viaje, te mereces disfrutarlo, te mereces mucho más.

Cuando escribí esto, a mi hermana le faltaban menos de tres semanas para su viaje de ecuador de carrera. Lo hice porque le vi abatida, bastante triste y con ganas de renunciar. A mí no se me exigió la pequeña proeza que ella está haciendo ahora. Reconozco que tuve otras responsabilidades, pequeñas cargas, pero creo que se merece todo mi respeto. Por supuesto, intenté ayudarle en todo lo que pude.

Me di cuenta de que, detrás de su peculiar forma de ser, siempre me ha pedido apoyo a gritos. Y lo que más me costó admitir fue que yo también lo hacía, que lo hago y que lo seguiré haciendo. Supongo que, en forma de ultrasonidos, que solo escuchan quienes mejor nos conocen, todos pedimos a voces lo que no nos atrevemos ni a susurrar a los demás. A veces no hace falta hablar claro, a veces hay cosas que no hace falta decirlas.

lunes, 24 de marzo de 2008

Sistema de coordenadas,

"Tú eres demasiado inocente, hace demasiado tiempo que no encontraba alguien así", mientras sonreía su cabeza bullía pensando "No acabo de entender que eso sea malo", pero no lo dijo por miedo a que la contestación estandarizada "Ya lo entenderás con el tiempo". "Eres distinto, desprendes alegría contagiosa" , verso anterior, riff de guitarra y estribillo comercial (otra vez nos guardamos la contestación): "¿Entonces por qué esta cara?, sigo sin ver que sea malo, ¿no hay que ser asi?", "No dejes que el mundo te cambie, no pierdas esa visión", y ahí si lo sacó, con esa altanería que sale de vez en cuando: "No, no te preocupes, yo cambiaré el mundo, no él a mi". "no, no, no dejes que te hagan daño, sigue siendo así, tienes el don de mejorar a la gente, no pierdas esa inocencia".

miércoles, 12 de marzo de 2008

¿Dónde hemos quedado?


- ¡Seguid corriendo, creo que nos ha visto el viejo! – Dije, con la voz entrecortada por la falta de aliento, mientras corríamos calle abajo.
- Casi nos pilla, ¿pero tú no tenías que avisarnos?

- Si, ¡pero con tantos “credits” me emocioné!
- ¡Joder, es que hemos sacado 99 en el Tekken!
Cuando nos detuvimos, todos comenzamos a reír contemplando el pequeño grial que alguno de nosotros sostenía en la palma de la mano, extendida como si de una ofrenda divina se tratara. Al final de la calle, nos encontramos con los demás sentados en un banco, estaban planeando su siguiente paso a la madurez adulterada, esa de la que nosotros todavía hoy no hemos oído hablar.
- ¿Pero, de donde venís? -
Dijo uno de ellos, con una mirada que ya conocíamos.
- Pues, de los recreativos del Bahía, ¿de dónde va a ser si no?

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- ¿Va a amanecer, por qué una hora más?
- No lo sé, pero algo interesante puede ocurrir si esperamos.
- ¿Pero, en la acera sentados, que va a pasar?
- Ni idea, no depende sólo de nosotros.
- Vámonos para casa, aquí no hacemos nada, si ni siquiera me ha mirado.
- Antes les oí hablar, yo creo que les voy entendiendo.
- Eso es imposible, las mujeres son muy complicadas.
A los pocos minutos, y como si mi destino le empujara, ella apareció de entre la gente. Noté que su pulso estaba todavía controlado por la música.
- ¿Por qué no nos subimos? – Dijo.
- ¿Dónde estabas? – Contesté.
- En la Kronos, por supuesto.
- Y, ¿ya te has cansado de bailar?.
- No, pero es la hora justa.
- Vámonos entonces.

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-Mirad, yo creo que me voy haciendo mayor. – Contaba a mis primos mientras jugábamos a la videoconsola.
- ¡Qué dices, si haces las mismas tonterías de siempre! –
Contestaron entre risas.
- Ya, pero hay gente que no me conoce. - Puse el juego en “pause” y continué. - Por ejemplo, ayer, que hacía una tarde genial, el cielo en tonos violetas, acababa de pedir una jarra de cerveza y sonaba “Again” de Lenny Kravitz, creo. Una de esas tardes casi perfectas en las que tus amigos y el lugar te recuerdan que no todo es gris.
- ¡Eh, No te pongas sentimental!
- Vale, vale. Bueno, como os iba diciendo, una tarde guapa. De repente, cuando vuelvo a la mesa donde estábamos, una niña que vio mi silla vacía, se acerca a mí, todavía de píe, y me dice: “¿va usted a sentarse?”
- En ese momento, hubo un silencio.
- ¿Es que no os parece raro? - Pregunté extrañado. – Es la primera vez que me llaman usted.
- ¡Ah!
- ¿No vais a decir nada más?
- Y, ¿dónde te pasó eso?
- En la terraza del Bahía.

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Cada tarde, cada vez que paso por esa calle, veo a los mismos niños correr calle abajo, a los mismos adolescentes tirados en la acera intentando atrapar porqués, a nosotros mismos hoy, en un espejo cada vez más sincero y feroz. Entonces descuelgo el teléfono:
-¿Pero a ver, donde habíamos quedado? – Pregunto.
Y una voz tímida me responde:
- En el Bahía, que hay concierto, ¿no?

viernes, 7 de marzo de 2008

El corazón y la lentejuela

Llevo un tiempo pensando que me quedo sin letras que hablen de risas y sonrisas. Ha llovido mucho en tan poco tiempo por las autovías del misterio del amor y parece que el secreto que escribí con tinta indeleble ya se borró. Cuando conseguía pensar que era maravilloso el mundo de alrededor, esa dura materia real del fracaso irrumpía de lleno en mis constelaciones que dibujan montones de paisajes bonitos y lejanos. Me cortaba, como quien dice, el ritmo, las manos, la circulación y el paso.

Llevo un tiempo dando vueltas por este principio de locura que tanto capoteo con la muleta de la vida hecha significado surrealista. Pero se acabó. Ya se acabó. Renuncio a pensar que hay alguien escondido en la inmensidad de mi horizonte y por tanto visible bajo la luz del Sol del entero día perverso. Nublado de cielo raso, tan tangible y tan impredecible, el esperado ocaso busca ahora un predecible regreso.

Llevo un tiempo pensando que me estoy alejando de las ganas de reforzarme de asignaturas y cuestiones sobre el mundo del deseo en el que tanto peleo. En el que tanto peleaba. Ya no como, ni duermo, ni sueño lejos de la cama por algo que me impida hacerlo cuando con tantas ganas antes lo intentaba. Son las etapas que giran como obleas que odio consagrar. Son aquellos impulsos que odio asimilar. Son los tiempos en los que te escondes agazapado detrás de las lágrimas de almohadas que no cumplen con el deber de aconsejar. Son los tiempos que huyen despavoridos de un chico que quiere correr aún más rápido y ni siquiera puede andar...

Llevo un tiempo queriendo entender sobre los equilibrios de tantísimos "nosotros", deseando apagar este miedo a no querer fingir un malvivir. Y es ahora cuando llega la cita tan esperada. Llega tarde pero llega por fin.

No hay piedad en la guerra del amor. No hay culpables, no hay inocentes, no hay víctimas, ni cariño... ni amor sin rencor. No hay escudo de madera sin bayonetas en las emboscadas del sentimiento ni hojas de ideas severas grabadas en el doble filo de una espada. No hay resignados sin que perseveren ni presos a galope tendido en escapadas de sufrimiento. No hay locura sin sensatos ni doncellas que juegan con ventaja y contra pernada. Todo se acaba cuando deja de tener sentido buscarle los tres pies al gato. Todo se va cuando lloramos porque nada hace reír por nada.

Ni cuando siquiera le caes bien a tu abuela. Cuando lo que queda entre las cenizas es un corazón de plomo y una lentejuela.

Llevo un tiempo quedándome sin las letras que hablan de eso que tanto me gusta leer pero es que llevo un tiempo que no me creo del todo lo que leo.


...el soldadito de plomo, con su única pierna, navegaba en ese barco de papel calle abajo. Su rostro no expresaba temor...



Adaptación del cuento de H. C. Andersen: El Soldadito de Plomo.


jueves, 6 de marzo de 2008

Mi utopía

A golpes de retro-excavadora gigante, por fin conseguí despejar el camino. El que guía mi percepción del mundo real hasta el permisivo y desbordado guardia fronterizo que permitía el paso a cualquier experiencia, válida o no. Camuflada entre la morralla, acumulada con el tiempo, cualquier pantomima podía colarse para quedar alojada en mi mundo interior. Repito, he despejado lo que me adormece, no he sustituido mi criterio.

Ahora, después de aguardar el tiempo prudencial de rigor, tras comprobar que funciona, que estoy en plena forma, que soy capaz de afrontar con solvencia mis elecciones. Ahora solo pasa la frontera lo constructivo, lo que enseña. Ahora es el momento de desescombrar hasta descubrir los cimientos, mis principios.

Después de mucho tiempo, ya no me resisto a acuñar el término utopía a mi definición de mundo interior. Porque se que, estrictamente es irrealizable, materialmente no tendría sustento, y soy consciente de que dista mucho, en esencia, de la utopía de cualquier otra persona. Y sin embargo he repartido más visados que nunca, algunos indefinidos. No exijo profesar fervor, ningún tipo de nacionalismo… Solo quiero aliados que sin condiciones se acomoden estando de visita.

Contigo quiero hacerla compatible con ese mundo que no existe. Ese que entre tú y yo hacemos llamar real, el que definió Kant, hacia el que conduce el pragmatismo solemne que se atasca en tu boca. Del que, cada noche, nos vemos obligados a huir por aburrimiento porque no es capaz de albergar la mitad de las emociones compartidas.

Entonces ahí estás tú, ahora mi vecino porque me estás leyendo, mi huésped porque me comprenderás, mi más fiel verdugo. Fijas mis fronteras, pero no pones límites geográficos, ni políticos, ni culturales. Amenazas con armas nucleares y me agasajas con deudas condonadas; bipolarizas de forma visceral mi futuro, cada día un poco más.

Me he preparado a conciencia, descorchando estereotipos para estrellar amores platónicos en el borde de la última galaxia, hoy quiero escuchar lo más crudo. Estoy listo, no te preocupes, no es culpa tuya, nadie va a perder. Esto nunca fue un enfrentamiento, a lo sumo una provocación acobardada de un colegial con sus libros de texto todavía colgando de la espalda.

Tragos de cerveza que, a filo de machete, despejan dudas en épocas llenas de noches de descubridores y colonizadores. Patadas con saña a esferas vacías, hechas de piel, serrín y cemento y cosidas con hilo de marionetas, en fin de semana. Besos egoístas acostumbrados a perder y paseos por la linde del destierro. No pido más. Todo lo demás son despropósitos desenfocados que quemar en la hoguera que agoniza entre nuestras piernas.

domingo, 2 de marzo de 2008

"The Glory"

Eran casi las doce de la noche cuando llegamos a ese garito. Humo de juventud y rasca de pueblos perdidos en el infinito. En las afueras de Huelva, mejor dicho, un "puerta" nos daba el saludo por la llegada al "The Glory". Chapas con estrellas en solapas aferradas a chavalería rellenaban el ambiente pegajoso de cubatas vertidos. Rojillos comprometidos y algún que otro animado invertido... niñatos con sudaderas y quincalla variada bailaban en ese sitio con pleno orden que chocaba. Folletos, panfletos; Panfletos, folletos. Preservativos para capullos y lubricantes de pana por las manos volaban...

Y al fondo allí estabas.

Elevada cómo si el nombre en la entrada del bar lo hubieran colgado por ti. No sé que carajo decías con tus letras en inglés pero sonaba realmente bien. Atontados nos quedamos un rato, mirando desde abajo, entre copas, entre la gente que no escuchaba y que no dejaban ver. Bonito espectáculo estabas montando, bonito momento me estabas dedicando. Chica, me di cuenta de que tenías grabado el motivo de mi presencia en la hebilla de tu cadera y tus acordes -y algunas simetrías de tus compases- en las piernas.

Pero lo que no sabes es que antes de quedarme con tu voz, cuando llegara el momento del adiós, subiría al escenario quieto desde el escalón, ¡Eh! Sin moverme: -¡Hola!- Te diría -¡Hola! -Qué bien encontrarse contigo a solas, cómo cuando estás por casa enganchado a esa canción que pega de moda y que tanto te mola. ¿Curras siempre aquí entre afines canciones y sinfines Pampero-cola...?


-¿Por qué no me dices cuando sales?-Pensé. -Tengo que decirte algo: ¿Por qué no me cuentas cuantas líneas de pentágrama tiene tu pentaalma? ¿Por qué creo que me salvo de un desprecio de un cuarto un tercio y, sin rozar por tu respuesta, una sonrisa me aclama?

Y fue cuando bajaste tú:

-Me lo creo, -dijiste- cuenta conmigo.
Si quieres el teléfono,
apunta que te lo digo...

Y más sonrisas ahora mías. Mirando a los ojos me decías algo que no entendí. Esta vez no usaste palabras para complicarme la existencia más. Que extraño era todo en ese garito forrado de madera. ¡Qué calorcito de estilo medieval! ¡Qué mal gusto adornar con esculturas de porespán! Los hilos de algún titiritero movían bailes que no se quieren bailar. Que extraño fue cuando te dije que era tu voz lo que quería pintar.

Y tú:

-Me lo creo, -dijiste- cuenta conmigo.
Si quieres el teléfono,
apunta que te lo digo...

Son noches sueltas. Noches de idas, de venidas y de anárquicas revueltas. Noches de piquetes de argollas en las orejas y en el pelo, aguas oxigenadas. Camareras graciosonas riéndose de las quejas por poner con gracia las copas y con descaro, las mismas tan poco cargadas. Son noches que calan. Son noches que no sabes cuando acaban. Son noches que piensas: "¿Qué pasará si no la llamo? ¿Qué pasará si no me llama?"

-Me lo creo, -dijiste- cuenta conmigo.
Si quieres el teléfono,
apunta que te lo digo...

Eran casi las doce, la hora de las brujas... y yo en "The Glory".

viernes, 29 de febrero de 2008

Tres recuerdos imborrables (III)

Significados.

Tenía un póster, chapas y algún cromo de la selección española, propaganda de una marca de algún producto que vendía mi abuela en la tienda. Sin ninguna duda, con muchísimo valor para mí. Porque, de alguna forma sentía complicidad cuando mi padre y mi tío se pasaban las horas hablando de aquellos trozos de papel y metal que yo cuidaba como tesoros. Los identificaban con alguien al que le llamaban el Buitre, o admiraban “la mano de dios” o enfurecían con el gol de Michel cuando los miraban. Yo no tenía ni idea de lo que hablaban, pero sabía que tanto el poster, como las chapas o los cromos representaban, significaban, algo que de alguna forma les hacía vibrar en aquel momento.

Y otra vez, al cerrar los ojos y recordar, veo las sombras en el mismo lugar, entonces no hay duda, era por la mañana, enfrente del escaparate que me ha visto crecer. Dos adolescentes que se cruzan, con la sonrisa aumentando en sus caras a medida que se acercan. Saben que tienen la misma sensación, están viéndose en un espejo vivo y real de la vida que les han prometido. Dos niñas todavía, que llevan cogidos de la mano a dos pequeños, tú y yo. Nosotros, espectadores, nos acercábamos agarrados de la mano a través de las suyas… ignorábamos lo que pensaban, desconocíamos ese lenguaje, apenas conocíamos el nuestro.

De aquello, de lo que pasó realmente, sólo me quedan palabras sueltas y no recuerdo tu cara, pero sé que eras tú.

–Mira que niña más guapa. –Dijo mi tía.

Fijé mi inquieta mirada en ti, con mis débiles piernas frené el mundo y concentré el resto de mi vida en ese instante.

–Preciosa, exacta, perfecta. –Pensé.

Y como si hubiera soltado el resorte que la fijaba contra su voluntad, la Tierra volvió a girar, a una velocidad desconcertante, a tal velocidad que me devuelve al presente cada vez que llego a estas tres palabras cuando intento recordar aquel día. Palabras que tampoco comprendía en aquel momento, pero que también quedaron en mí para siempre.

Yo tenía tres años por aquel entonces, estoy convencido de que hablo de mis primeros recuerdos, de mis primeras tomas de conciencia conmigo mismo. Quizá no estaba preparado para dar sentido a algunas cosas que me sucedían. Quizá haya emociones y sentimientos que no podemos entender hasta que maduran dentro de nosotros, pero que son reales y sinceros aunque no sepamos su verdadero significado.

Quizá estos recuerdos se mantuvieron latentes en mi memoria porque necesitaban tiempo para madurar.

jueves, 28 de febrero de 2008

La paciencia y otras falsas creencias

En los tiempos de prisas se escapan bonitos viajes y se dejan coger ilusiones más cercanas que cualquier destino imposible.

Y es así:

Cuando veo el tiempo que me rodea, y que nada avanza, me acuerdo de eso que se dice cuando algo no va bien, cualquier cosa. Por ejemplo:
"Paciencia, David, que todo rueda sobre ruedas, todo lleva la dirección que tú mismo hiciste ver".

Pero no es eso, hombre. ¿Es que nadie me va a entender?

En los tiempos de trajín, de camas sólo para leer, de libros de historias que soñamos, de los cuadros que descarrilan su rail... los suelos son tan duros que me hundo en los duelos de la gente que más amo. Dedicando ratos eternos entre trazos y abrazos, caballetes manchados de querimientos y cariñitos, el campo de pinos de mi visión se reduce otra vez al ángulo agudo del: "Paciencia, David, que todo va por su carril. Todo lleva la dirección que elegiste y cada vez andas mejor. Ya no cojeas, nadie te deja atrás".

Pero bueno... ¿Tú de qué vas?

Debéis saber, hombres de Dioses cegados por tronos de nubes, que la mía cubre el país de Nunca Mais, y es así cómo debe ser. ¿Qué más me da si te gusta ser tan "requeteguay" y esto que te cuento es lo que para mí hay? Es justo un "Grey in a Green Day" harto de chubascos que no mojan sin orgasmos y de motes insulsos que no hieren sin hacer reír. Es justo el sitio ese donde me olvidé eso que se llama sesera que no voy desde que descubrí lo perdido que estoy. Que honor decirle a mi orgullo que así se vive mejor. Dejadme darme cuenta de lo que soy si soy así de torpe, de entre todos: el peor. La cena está puesta, aún así espera que ya voy; tengo que meterme con alguien... me siento un poco solo hoy.

David, por favor, paciencia. Déjate de perpendiculares y paralelismo. No está en tu mano el amor, sólo el que en el baño eres capaz de darte a ti mismo.

Nunca me vi perdiendo esta partida de billar. Madre, nunca la bola negra fue tan grande y tan redonda. Padre, nunca tuve tantas ganas de meterla en la tronera acertada...en la más honda! Copito de Nieve recién nevado, nunca la bola negra fue tan negra a tu lado. David, escúchame: paciencia. No hay tiempos perdidos, solo momentos no vividos...no hay genios en quinqueles dorados sin harinas en botes de cola-cao usados. Dime ¿cuándo vas a dejar de esperar para salir a buscarlos? ¿Por dónde empiezo la excursión? ¿Qué tal si empiezas por renunciar al mando de la distancia y te la crees? No sé.... es una opción, ¿no? una humilde opinión.

Que lástima correr cuesta arriba con paracaídas abiertos que no salvan caídas y sí estímulos de aires que golpean por segunda vez la misma mejilla. Dime, David, ¿cuál es la razón por la qué tanto por una tía te pillas? ¿Cuándo fue la última vez que dejaste respirar? ¿Cuándo fue la última vez que respiraste tú? ¿Fue tu vida de estudiante en tu Sevilla? ¿Fueron las fiestas en tu palacete de Xanadú?

A ver...

Mi Sevilla se volvía silla que perdía por levantarme antes de que saliera el Sol. Antes de que la Luna me invitara a dormir con ella en cualquier rincón . Hizo mucho daño, dulce daño de algodón con caña de azúcar en mi boca el astro del pudor hecho bendición. Y allí, a mi que poco de astróloga lujuria entiendo, me dejó, ¿cómo? Sí hijo, sí: Riendo, riendo, riendo...

Bienvenidos, bienhallados, hermanitos de aquella asequible baratura e inalcanzable caridad. Soy uno mismo el que piensa olvidar inolvidables pensamientos y pretende sin querer cambiar uvas por nudos de sarmientos. Invertir comer Aceitunas manzanilla por beber vinito malaguita moscatel. Soy ese mismo que ahora te dice "tal" y mañana, "para cual". Y pasado te busca por La Giralda y te pierde de incienso por la Catedral. Soy una definición Larousse de dudosa verdad. Un roto, un descosido, un girón. Soy una certidumbre de incierto rigor.

Qué lástima predicar con un ejemplo que nunca se concluyó, que nunca se sabrá valorar. Laurear de laureles al ganador y clavar clavos de claveles en la tumba del perdedor. Qué lástima, David, tener que tener paciencia...Que pena tener que tener tiempo para respirar...

Qué lástima tener que hacerse en esta vida cada día un poco más mayor...

...y que nadie lo sienta como lo siento yo.

martes, 26 de febrero de 2008

Ciertos cuentos de tiza

En las puertas de mi hogar me abate un leño prendido
algo que sé que es lo que quiero es justo lo que arde.
A las puertas de las puertas que me cierran el sentido
me apoyo y llamo a estas horas esperando que no sea tarde.

Enfangado en mis terrenos pasados
se caen mis pesos por mis brazos
y colgados y sueltos entre cenizas
se combustiona el fuego desde mi esófago
con esas ganas de ser explicado
en las pizarras de cuentos efímeros de tiza:

Al legado de mi ley
me hago perverso rey
(en tu castillo).
Al vedado de tu vado
me hago indefenso venado
(por tu gatillo).

Con esas ganas de ser enredado
en las pizarras de ciertos cuentos de tiza:

Si te busco para encontrarte;
Si incito a cabrearte,
¿por qué te vas?
Si me deprimo y escribo;
Si me angustio y me animo,
¿por qué aquí estás?

Con esas ganas de perderme
en las pizarras de ciertos cuentos de tiza:

¡Sé que vuelo a galope entre estratos!
Sé que lo hago mal, con vértigo, con prisa...
Sin pies ni cabeza, con alas sólo a ratos
¡Que el mundo entero por mí se muere
y yo de él de la risa!

Con esas ganas de salir
a las pizarras de ciertos cuentos de tiza:

Si nada de lo que hago
se gana de frente mi halago
¿por qué sigo buscando el mar en mi ventana?
Si nada de lo que veo
se parece a lo que en mí leo
¿por qué te sigo buscando cada mañana?

Será que elegí vistas a la montaña...
Será que en mi cama nunca me acompañas...

En las puertas de mi hogar que escupen estas ascuas
se me tiznan los pantalones.
y se me derraman por galones
los ríos de transeúntes gotas de agua.

Y echo de menos cada llamita que puedes dar
por no saber que todo lo que quiero
es tener más que un nunca acabar
del eterno cuento de mí "sin ti me muero".
Que nada más es querer poderte dar
la pura ansiedad de hacerte creer
que este cuento que me invento
es verdaderamente lo más cierto
y ciertamente la más sincera verdad.

La historia que arde en mi corazón abierto
y el soplo que aviva el calorcito de este hogar.

Enfangado en mis terrenos pasados
caen mis pesos por mis brazos
y colgados y sueltos entre cenizas
combustiono fuego desde mi esófago
quemando papeles que hago trizas
antes de meterme en la peor paliza
y echar de menos cada llamita que puedes dar
por no saber que todo lo que quiero
es tener más que un nunca acabar
del eterno cuento de mí "sin ti me muero".

Que nada más es querer poderte dar
de mí mi más sedienta sed
que se ansía por hacerte creer
que este cuento que me invento
es verdaderamente del todo cierto
y ciertamente la más sincera verdad.

La historia que arde en mi corazón abierto
y el soplo que aviva el calorcito de este hogar.

La historia que arde en mi corazón abierto
y el soplo que entra y aviva el calorcito de este hogar.

lunes, 25 de febrero de 2008

Tres recuerdos imborrables (II)

El mapa.

La tortuga gigante de plástico que guardaba la señorita Marisol debió haber sido muy buena. Durante aquel curso de 1988, todos los niños de la clase de segundo de preescolar (David, Sandra, Fugi, Trini, Juan Diego, Juanjo…) aguardamos impacientes, día a día, el momento en el que se nos concediera el privilegio máximo al comportamiento para poder abrir aquella enorme caja de cartón que la custodiaba.

Sin embargo, el curso acabó y ese día no llegó en todo el año. Desesperados, llegamos a pensar que no existía tal tortuga, que todo era una invención para hacer que no desperdiciáramos la plastilina o para que no mancháramos las mesas al colorear con las ceras…

Después del verano, ya éramos suficientemente mayores como para dejar de trabajar con palas y rastrillos la arena del patio, perdimos el interés por la tortuga. Hasta que, unos meses comenzado el nuevo curso, vimos como, los preescolares con peor reputación del colegio, la destrozaban unos días después de estrenarla. Viendo aquello, justo en aquel momento, me di cuenta de que durante el curso había aprendido otra lección. Portarse bien no ha de suponer recompensa alguna, pero portarse mal no te enseña nada. Y comprendí algo nuevo, algo que me había sucedido durante el invierno anterior:

En las ya escasas ocasiones en que noto mis pies empapados debajo de mis zapatillas me acuerdo de aquel día, recuerdo mis katiuskas azules bebiendo de los charcos que me encontraba de camino a casa cuando volvía del colegio.

Estaba acostumbrado a dormirme mirando en los ojos de mi peluche preferido (que todavía guarda mi cama) el calor de la luz que venía del salón de mi vieja casa, eso me daba tranquilidad. Pero ahora, la nueva era fría, en mi habitación no estaba cómodo. Allí no estaban mis amigos, todavía. Pero volvía por las tardes para sentarnos en aquel descomunal poyo de cemento desde el que se veía toda la calle. Allí, cada día estábamos en una piel diferente, en un mundo perfecto de esos que todavía quedan en mi imaginación, a los que añado todos los buenos momentos que me aferran a mi utopía.

En preescolar todavía no era capaz de expresar por escrito mis más profundos deseos. De modo que, una tarde en la que no encontré a nadie para decirle que volvía al poyo, me vi en la obligación irracional de dibujar un mapa. Incluí todo tipo de detalles, lugares de paso y un trazado simulando mis pasos. Lo dejé encima de la mesa, en un lugar visible; de esta forma, inocentemente pensé que podía volver tranquilo, una tarde más, al lugar que había acunado mis primeros pasos.

Cuando volví a casa me esperaba el gesto agridulce de mis padres y mi propia confusión. En ese momento no supe asimilar la importancia que ellos le habían dado al mapa, pero supe que la tenía.

Desde entonces no he cambiado ni las palabras ni el significado de esta revelación altruista y difícil de aplicar. Y aunque pueda parecer pueril, es, para mí, una de las bases del respeto en todos los niveles. He de decir, antes de acabar, que los recuerdos que guardo de aquella clase de párvulos, calan más profundo en mi alma que cualquier otra broca patriótica que nos taladran sin pudor.

jueves, 21 de febrero de 2008

Un camino

Hay un camino que recorre montones de recovecos a lo largo de su largura. En ese camino se suelen mostrar las sombras de los árboles coníferos y los mantos de sus hojarascas de punzantes agujas. Para andarlo hay quien lo hace con pies descalzos y quien lo hace con suelas tan gruesas que la distancia del dolor queda más allá de la caña de cuero que rodea la pantorrilla.

En los momentos de más bochorno, ni siquiera las sombras de esas agujas aún sin caer pueden proteger del calor.

Yo me siento ahora en ese camino. Me siento a descansar porque siento que con tanto zig-zag acabaré perdiendo el sentido sin que ningún tronco me sirva de apoyo. Pero más que nada, me siento porque quiero contarles la historia de un tipo que conocí hace veinticinco años, justo el día en que nací. Tengo algunos recuerdos catalogados, otros registrados y otros aunque bellos, por lástima, olvidados.

Aún así:

Escuchando la música celestial de ese tipo que no creía en cielos ni infiernos más que en los chistes que profanaban religiones, me vi largo tiempo absorto y absurdo. Entiéndanme, su poesía tan antigua pero tan correcta y sus cuentas de números por cualquier cosa, por cada cartón que en sus manos anduviera, les serviría para saber que su mundo estaba lleno de "batallitas" y "quebrados" cómo él llamaba a nuestras divisiones de EGB. Escuchando su silencio logré oírle no sé qué de su Virgen del Rosario policromada de olivos, centinelas y quintos. Del vino que tiene Asunción y de un trozo de queso del que los ricos comen sin piel, del que los medianos, raspado y del que los pobres lo hacen sin pelar... del buen enseñar, del buen amar, del buen soñar, de las cuestas altas para árabes o romanos que tanto cuestan andar...

Y es que su Virgen del Rosario bendita y bendecida por el calor de su pueblo que él, como el que más, también amaba, hacía que dejara evadir ese colorcito de cara cada vez que le preguntabas: ¿Alcuéscar? ¿Y ese nombre? Él sacaba sentido y sensibilidad para cualquier cosa que tuviera que ver con el gusto por su mundo de casitas agazapadas en laderas de sierras de tres montañas. Él era el que más sabía de todo lo que tú necesitaras aprender de él.

De una visión desde el guardabarros de un tractor o desde sus brazos -aún no lo sé- saqué mi vértigo y mi miedo por no poder nunca expresarme desde importantes alturas que se lo merecían. Y sabe que estoy en deuda. Hace veinticinco años que nos conocemos y no sabe que le quiero por quitarse la gorra cuando yo se lo pedía y por no olvidar cada dibujo que me vio hacer en el zaguán de su casa o en el umbral de su calle. Porque su dura disciplina de hombre galante le obligaba a ser cortés con el último de la fila y con el primero de la clase. No sabe que le quiero porque personas como él son de los que no se van nunca y esos son los tipos que tienen mi aprecio y algún que otro cuadrito. No sabe que le quiero por la gracia que me hacía su miedo a las culebras y a la oscuridad. Tengo las ganas que tiene él, tengo los medios y los motivos. Tengo un saco de palabras cosido con las suyas y tengo el tiempo que necesito para saciar mis deudas. Tengo pinceles para varear aceitunas y colorear su vida con mis colores de sus poesías. Tengo en mi mente grabada cada riña incoherente pero válida. Y tengo cada escalón que subió en esa casa corregido con la llanura de mi futuro. Tengo el aliento que me permite coger la fuerza que necesita mi tractor para arar más allá de los olivos que aró él.

Tengo un código de circulación arañando mil recuerdos y complicidades que llegué a negar cuando las quería para sus publicaciones locales. Tengo tanto que devolver que su escasa sonrisa me sirve como perdón. Y le quiero pero él no lo sabe, por creer tanto en mí. Y le quiero pero él no lo sabe, por ser mi abuelo del pueblo. Y le quiero pero él no lo sabe, por querer mi arte con él, cerca de él. Le quiero. Le quiero pero él no lo sabe, porque no se lo dije nunca.

Cada acierto en disputas le hacía grande. Cada heroicidad le hacía soberbio. Cada logro le hacía héroe. Como de todo eso tuvo mucho, para mi, ese tipo que se sienta hoy conmigo en este recoveco del camino es grande, soberbio y héroe. Y si le digo que se quite la gorra, se la quitará. ¿Puedo pedir más? Supongo que sí. No tenía que haberse ido, tenía que haberle dicho que le quería. Pero tendría que hacer algo por ahí...ya vendrá.

viernes, 15 de febrero de 2008

Tres recuerdos imborrables (I)

El Popeye

Aún conservo la melancolía por aquellas tardes, todavía cierro los ojos e inspiro pretendiendo que las diminutas partículas del aire me devuelvan a aquel junio. Intensísimos días en los que, del siguiente, no esperabas más que un radiante sol y la misma pelota que te acompañaba fiel bajo el brazo. Los primeros años.

En aquella época, nuestros padres estaban instalados en la nostalgia, cada suspiro les recordaba que ya no eran niños. El primer parche en nuestra ropa agitaba su memoria, transportándoles a su vez a cualquier tiempo pasado. La improvisación les hizo, por fin, adultos.

Aquella tarde hice los deberes, mi madre me había prometido un premio: me dejaba subir a la plaza a comprar un helado.

Bajé las escaleras con la luz apagada, respirando cualquier reflejo de luz naranja del atardecer, como aún sigo haciendo cada día. Y allí estaba ella, como casi siempre (o por lo menos como le recuerdo), sentada en una silla en la calle, resolviendo algún crucigrama. Sin decir ni una palabra extendí mi mano.

-Yo quiero un Popeye, tú cómprate un sorbete de naranja o de limón- dijo.

Indignado, pues mi premio no podía ser más pequeño que el suyo, le dije que yo también quería un Popeye. Pues, ¡mis sumas y restas eran más importantes que sus crucigramas!

-¡Es que es para mayores, los niños no lo pueden comprar!- me interrumpió.

Durante unos segundos me asaltó la duda, pero era obvio, había bebidas para mayores, comidas para mayores e incluso chicles para mayores… ¿por qué no también helados?

Sin vacilar más, asentí y me fui contento al kiosco…

De entre todas aquellas tardes, mi cabeza se quedó con esta. Quizá se trate del día en que por primera vez, conscientemente, otorgaba plena confianza a mi madre.

En nuestras vidas, hay poca gente que consigue ese privilegio. Debe tratarse de algún mecanismo genético que se activa cuando alguien supera todas las pruebas de afecto que cada uno impone.

Somos capaces de arriesgar nuestras propias creencias para, simplemente, mostrar nuestra devoción. En mi opinión se trata de uno de los vínculos más nobles que se establecen entre dos personas. Independientemente de la razón, tomamos por nuestras las decisiones del otro llevándolas a cabo con una seguridad impropia. Esto es lo que significa este recuerdo.

Tengo que reconocer que nunca probé ese helado…

martes, 12 de febrero de 2008

Tapones de geles

Verán, hace unos muy pocos minutos llené mi bañera, casi a rebosar, con agua tibia. Antes de meterme pensé que se vertería gran cantidad, pero ya desde dentro si es verdad que se puede apreciar que faltan aún unos dedos para que sobresalga de esa forma el liquido y encharque catastróficamente el suelo de mi cuarto de baño.

Puedo decir que se está cómodo extendido por todo lo largo del sanitario. Cómodo y perdido en el techo goteante de vapor licuado. A mi espalda geles de baño y champús de varios olores y protecciones... protecciones, que cosas... He decidido hoy sesgar mis muñecas empezando por la izquierda y todo se ha puesto perdido de sangre. Pero rápidamente me he recogido sobre mí mismo para no seguir manchando el piso del baño.

El agua parece que empieza a tener el color ese que sale al mezclar vino con gaseosa y unos hilos escarlata se entrecruzan como serpientes alrededor de mi cuerpo como si quisieran atarme. Pero se disuelven cuando juego con ellos. Es divertido; parece realmente un juego: antes de que toquen mi piel, esos hilos, tienen que verse confundidos con el agua cada vez más opaca. Incluso podría jugar con los tapones de los botes como si navegaran ahora en ríos de lava templada.

Es una escena cuanto menos pintoresca, los azulejos son de color azul cobalto cómo su etimología indica y el agua es, a estas alturas, inténsamente roja. Las cortinas tienen unos dibujos verdosos tan insulsos... En este momento siento como me adormezco y lo que hago es reclinar mi cabeza un poco más. Aún necesito estar más cómodo. Esta vez para suspirar hacía el cielo y creer que lo hice, no quiero mirar la herida y es que ya se empieza a sentir algo parecido a escozor; debe ser a causa del poco jabón que se vertió al coger los tapones. Puedo meter la mano en el agua de nuevo para limpiar el antebrazo y así ver mejor el estropicio que le he hecho a mi cuerpo. Pero es inútil. La sangre brota desde dentro con fuerza, animada por el calor del baño, impulsada por un cuerpo aún más caliente.

Acaricio alrededor. Me unto el brazo del propio carmín que vierto sin cesar. Ensayo dibujos en la zona donde se resecó la sangre y los borro al ahogarlos en el agua. En ese agua ya no se aprecian ríos. El caldo acaba de aliñarse con pimentón y pronto se aliñará con un pedazo de carne.

Ahora alargo la mano que aún me responde y vuelvo a coger la hoja para mirarla, para rozarla por mis piernas, como si quisiera rasurarlas. La vuelvo a mirar, corto el agua y se la doy a mi mano izquierda. Vuelvo a sentirla otra vez y en mi mano derecha, en mi muñeca derecha. Vuelvo a mirar al techo pero con angustia esta vez. Busco las gotas de antes y la nuca apoyada en algún sitio ¡tan duro! Las manos caídas, el agua cada vez menos tibia, el techo cada vez más negro, cada vez más lejos, las gotas ya no se ven, el agua...levanto las manos, no puedo. El cuerpo sin embargo flota. Los tapones flotan. Los ojos no funcionan, el agua se enfría... y los azulejos se emborronan. Me noto sólo conmigo mismo y siento algo de miedo... Esto se acaba, me hundo, todo se hunde. El rostro seco rompe su firmeza para aglutinarse de agua y sangre, los ojos, desde hace tiempo inútiles, se pierden en las profundidades, los pies suben a la superficie. Los tapones se tambalean como barquitos de plástico en la fuerte marejada del mar que rodea el plano mundo cuando llega a su fin. Y el miedo poco a poco va desapareciendo, sin resbalar, por la muda alfombra de goma.

Debo asegurar que cuando se está tan cerca de ese sitio del que nadie puede hablar, se siente algo así como temor y pasión por lo efímero.

Ha pasado algo así como un año y recuerdo lo sorprendente que se muestra la complicidad practicada con tu propio cuerpo y con su intelecto cuando nos enfrentamos a lo impracticable de un novicio (¿cómo si no?) final. Pero le damos las gracias, sin embargo, a los creadores de la percepción por saber crear máquinas de sensibilidad y emociones que resurgen de lugares tan carismáticos como ciertos aseos o de las profundidades del mar de ciertas bañeras. También le llegas a dar las gracias a los elementos, al calor de tu cuerpo, al frío de los azulejos y al diseñador de estúpidas cortinas de baño... hasta al plástico que se empleó para que pudieran flotar los tapones de geles de baño. Al aire vaporoso que reseca lo que acaricia... al agua y a la transparencia que provoca la luz a su paso por su cromatismo añadido. Al goteo desde el techo contra tu piel... a lo pulido y a lo áspero.

Pero sobre todo le das las gracias a aquello que te hizo mantener tu punto de cordura. A aquello que te impidió colar ese cerrojito de la puerta del cuarto de baño justo antes de pensarlo, justo antes de meterte en una bañera a rebosar de agua tibia. Las gracias por no enhebrar ese típico pestillo conclave que llega a separar la vida de lo que no es vida con tan sólo un rápido gesto.

Las gracias a no querer perder de vista tu salvación en el mejor momento por muy odiosa que ésta te resultara.

viernes, 8 de febrero de 2008

Alegoría

Sé como te sientes, ¡ven anda!. Hace un tiempo que empezaste a perder por los lavabos de mis miedos las horquillas que sustentan casitas con jardines en el porche, y se te viene todo encima. Natural... Natural cómo tú. Si no puede ser...

Te diré... Verás, todo volverá a ser como antes, ¿vale? así que, tranquila, tranquila mujer... ¡Si todo pasa! ¿Es qué no has visto en la televisión que hasta las llamas más altas dejan de arrasar el pueblo cuando se interpone la mano del Hombre y el agua de La Tierra? Tranquila, no te me angusties, que estoy aquí... Que ya nada va a volver a separarte de mí. Que dudé del valor de tu palabra cómo un necio, pero no de mi aprecio a tu silencio. Cuando ni siquiera, por poco que supusiera, le dimos a lo nuestro ningún precio y nos tratamos... ¿cómo se dice? ¡Ah! ¡Sí! Con desprecio.

Pero vi el valor que vale dejarnos a las puertas del desamparo de cada cual sentados en ese frágil bordillo plomeado de cristal que vitrifica mi esperanza y no deja a uno vivir en la más merecida paz. Y viendo pasar fotogramas de escenas de romances apasionados en el proscenio de mi cama deshecha hasta fui capaz de ver, de lo transparente que era todo, la cruz de malta por un momento derecha.

Por eso me apoyaba en los soportales que hacen sombra en mi corazón y que aguantan tantos chubascos irregulares al día... Por eso tuve que esconderme en los ojos que me obligaste a mirar y a leer... Y por eso mismo, alguna vez, cuando tú pasabas con tu paraguas, sin ruido pero sin premura; ronroneando como los gatos tiñosos que se tiñen de amargura y me llamabas seseando con esa esbelta figura y andares sueltos de soltura... Por eso, cuando todo eso pasaba, ¿te acuerdas que me decías con tu linda voz repleta de ternura al verme chorreando en mi completa calaura?: "¿Es que no te has mojado ya bastante hoy, imbécil portento de transitoria locura?"

Tranquila... Te digo, que he vuelto para llevarte conmigo a esa casita, que te cuento desde hace un rato ya, de frío porche y de verde zaguán. Para decirte lo bien que allí estaremos, te lo prometo. Que sólo tenemos que arreglar algunos enchufes y pintar las marquesinas de las ventanas...¡Ah! ¡Y levantarnos tempranito por la mañana! Y a eso del fin del día recordarnos mútuamente que en los sitios donde estuvimos el aire pesaba quintales, costaba respirarlo y ni las cometas querían galopar en sus vendavales. Que todo lo que quería, todo lo que sólo podía mirar, empezaba por ti pero, para empezar, ni siquiera te tenía a mi lado. Y te necesitaba tanto para aprender tanto...

Pero ahora no. Ahora no quiero tu llanto.

No voy a volver a decírtelo. Sabes que no voy a volver a perderte, porque ya lo hice y casi me quedo sin ganas de nada. No voy a volver a echarte de menos porque no voy a quitarte los ojos de encima. Que voy a grabar el último garabato en mi diario vivir con tu nombre adornado de ribetes. Y voy a poner en cada relato la cinta roja del mimbrete junto a un marca-páginas, hecho con todo lo que arañó mi retina y no mi alma, en un sitio preferente. Para que sirva de guía en el camino oscuro que va desde mi efervescente presente hasta mi anhelado futuro.

A ti mi niña, a ti MI ILUSIÓN, te dedico este rato, aunque te deba un minuto de reloj parado en cada relato. Por ti me hago anciano en un mes de aliento dentro de un año de acierto en la vida deshecha de mi mano. Querida ILUSIÓN, te digo: quiéreme y dame las tuyas, no seas rencorosa, que he vuelto crecidito y bastante cabreado y no ando yo regalando mi tiempo que bastante he malgastado, ¿ok?

Querida ILUSIÓN, ya gira la televisión que vamos a ver que echan hoy por el mundo y pásame las palomitas. Y acurrucate anda...

jueves, 7 de febrero de 2008

La dispersión de las emociones (crítica a s/t)

Bajó la marea y, como decrépitas iglesias que aguardan agazapadas en pantanos, tu fuerza quedó al descubierto. A la izquierda, perplejo, Pierre-Luigi observa como zarandeas trazos de asfalto amargo, el sutil caos del fondo del mar. A su lado el dorado óxido de un viejo galeón español, glorioso en otro tiempo, nos recuerda que los tesoros no son más que los rescoldos de medievales conquistadores extinguidos.

Clichés rurales enmascaran el esfuerzo titánico que has realizado para llegar hasta la comisura de los labios. Pero no desentonan, la última capa oscura que diste aplaca el ímpetu y el ansia. En el centro todavía caben eclipses de sol, tranquilo, guardarán estoicamente a través de los años el reflejo de aquella primera luna, ya no habrá más. Zafándote finalmente de la resignación, comienzas a escalar perfectas ondulaciones esbozadas de interrogantes que quisiste dejar en la parte de atrás del lienzo.

Suntuosas y sinuosas curvas te delatan, te has sobrepuesto al cuadro, ahora estas disfrutando. Pero aprietas los dientes y tu pluma contra la desidia perforando conciencias para, una vez más, poner tu firma en el fragmento más puro. Buen trabajo, con la muleta en el pecho, das la espalda al destino tras la suerte suprema, este toro no necesita puntilla, ni una pincelada más. Pero ahora vámonos, que se hace tarde. Enjuaga los deseos, recoge los suspiros, cierra el caballete y tapa los recuerdos, que se van a secar.

viernes, 18 de enero de 2008

Cuando no encuentra sus vaqueros preferidos

No quiero decir que los tíos pensemos en qué ropa vamos a ponernos mañana… por Dios, ¡no! Pero hay días en los que uno se siente bien, sabe que paseará por la calle tarareando lo último que escuchó en la radio, que el 50% de las canciones hablarán de él (el otro 50% serán del Canto del Loco y, por supuesto, las borrará su subconsciente), uno sabe que desde las zapatillas hasta el pelo más alto de su peinado le harán sentirse cómodo. Entonces necesita sus vaqueros favoritos, su sudadera favorita y el último tracklist que hizo.

Pues bien, pongámonos en situación. Justo después de desayunar, antes de ducharse (o cambiando los adverbios), cuando uno va al armario a coger (no elegir, coger) la ropa que llevará, se da cuenta de que esos vaqueros no están, no los encuentra por ninguna parte. Desde ese momento, ya no se viste igual, la gomina no consigue hacerle ver la forma que quiere asemejar a la del pelo de ese actor que sale en una de las series que ve ahora.

Uno sale a la calle, ya no anda de la misma forma, no piensa que las manos en los bolsillos, puestas de ese modo, vayan a darle ese aire que pretende. Uno se pasa el día pensando en los vaqueros, los cree irremplazables… no piensa en el momento en el que los compró, ni en el momento en el que se hicieron favoritos. Es imposible, si uno no los recupera… no volverá a tener ese tipo de sensaciones.

Unos vaqueros le han hecho perder el ritmo, descompasando su estado de ánimo con la forma de expresar su personalidad. Pero no es lo que le falta, ni las ganas de tener todo bajo control, ni siquiera la idea de no haberlo previsto. Es el miedo a que otros vaqueros no lleguen a convertirse en favoritos, el miedo a la cantidad de tiempo que uno va a emplear en ello.

Es el mismo miedo infantil que uno sintió la primera vez que perdió un juguete, la primera vez que perdió un amigo, la primera vez que perdió una chica. Ese miedo infantil nunca desaparecerá, porque uno nunca se para a pensar cuando algo bueno le está sucediendo.

joseangel