lunes, 14 de abril de 2008

Estoy orgulloso (verano de 2004)

¿Por qué llevo tanto rato aquí plantado en la silla esperando a que tu estado vuelva a ser Conectado?

La razón me juega una mala pasada. Son nuestras ganas de sentir, de experimentar, de gritar al mundo: ¡Eh, que aquí estoy yo!...

Pienso en lo que echo de menos… ¡todo!

¡No! es la maldita rutina, esa de la que no queremos escapar, la que nos acostumbró a sonreír y a querer, a ser queridos.

Pero dime, cuando el querer o el ser queridos falla, cuando admitimos que hemos perdido el criterio, dime, ¿cómo estar de vuelta de la rutina y no tener miedo de volver a dedicarnos a nosotros?

Han sido muchos fines de semana dedicados exclusivamente a avivar un fuego sin oxígeno. Infinitos kilómetros vacíos se me vienen a la memoria. Frustración al no encontrar como respuesta más que una sonrisa no del todo convincente cuando abro en canal hasta mi alma. Llegar a verme inmerso en un mundo surrealista y alejado de la forma de vida que mis dudas ponían a mis pies. Saberme cegado desde el primer abrazo.

Poner en juego la energía más limpia que mi cuerpo generaba en una relación totalmente asimétrica para no encontrar más que cansancio que nublaba lo que realmente había sido mío (amigos, estudios, familia…).

Imposible guardar rencor, muy difícil desprenderme de todos los sentimientos que nos robamos, es complicado cambiar.

Necesitamos tiempo, retomar el orden y volvernos misóginos (bueno, tu odiar a los hombres, es que no sé como se dice) por un día, pero…

No podemos estar solos (creemos que no debemos), las sonrisas nos anclaron en esta forma de vida, los abrazos nos han vuelto melancólicos y los besos nos han hecho adictos.

Estar sólo es morir (oh! el catastrofismo personificado en cada uno de los hombres vivos), la soledad aviva el recuerdo y las ganas vanas de odiar. Debemos pensar en otras personas y así distraer frívolamente nuestro ego con causas inverosímiles que sólo existen entre nuestra almohada y nuestros párpados cerrados, y que llevan a nuestra cara una sonrisa no exenta de ironía que nos recuerda lo que somos, lo que soñamos y lo que nunca fuimos en cuestión de amar.

¿Qué es el orgullo de un adolescente? Es tan intangible como la lealtad a nuestra edad, tan volátil como el amor incondicional. Yo no sé que es el orgullo.

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