jueves, 6 de noviembre de 2008

El lugar donde nacen los sentimientos


Pasamos la vida pidiendo a nuestras emociones estar a flor de piel, exigimos a los sentimientos que se muestren al instante, preocupándonos de demostrar cuán intensos son a un puñado de “amigos” en nuestra red social. Saltan chispas entre pieles distintas que se encuentran a milímetros, que olvidaron sus corazones en sarcófagos en algún valle cerca de Tebas. Sólo demandamos paquetes de viajes, ya veis, ya no crecemos. Sólo contamos monumentos y monedas de diez céntimos en la fontana de Trevi.

Ya no nos preocupa la raíz de nuestros sentimientos, no nos interesan ni su naturaleza ni su verosimilitud. Pero la raíz sigue existiendo, está ahí y la ignoramos. Somos capaces de manejar con soltura cualquier aparato electrónico sin conocer su procedencia o su funcionamiento interno. Y no nos importa porque otros los simplificaron para nosotros. Como lo hacen los emoticonos predefinidos del Messenger.

Sin embargo, todos tenemos la capacidad para determinar la calidad de un escalofrío, todos podemos saber cuánto calor transmite una lágrima y todos somos capaces de pesar un “te quiero”. Pero no todos utilizamos esa capacidad, perdonadme si hago distinciones, es que hay mucha distancia entre algunos de nosotros.

Buscar tu alma gemela consiste en confiar en que existe un rincón en algún lugar del alma reservado para los sentimientos más profundos. Esos que, cuando llegan a la superficie de nuestro cuerpo, lo hacen de forma irrefrenable, implacable y volcánica. Que no conocen la corrección política ni la educación para la ciudadanía, son tan profundos que la luz es un concepto nuevo para ellos y no tienen miedo a ser vistos.