jueves, 21 de febrero de 2008

Un camino

Hay un camino que recorre montones de recovecos a lo largo de su largura. En ese camino se suelen mostrar las sombras de los árboles coníferos y los mantos de sus hojarascas de punzantes agujas. Para andarlo hay quien lo hace con pies descalzos y quien lo hace con suelas tan gruesas que la distancia del dolor queda más allá de la caña de cuero que rodea la pantorrilla.

En los momentos de más bochorno, ni siquiera las sombras de esas agujas aún sin caer pueden proteger del calor.

Yo me siento ahora en ese camino. Me siento a descansar porque siento que con tanto zig-zag acabaré perdiendo el sentido sin que ningún tronco me sirva de apoyo. Pero más que nada, me siento porque quiero contarles la historia de un tipo que conocí hace veinticinco años, justo el día en que nací. Tengo algunos recuerdos catalogados, otros registrados y otros aunque bellos, por lástima, olvidados.

Aún así:

Escuchando la música celestial de ese tipo que no creía en cielos ni infiernos más que en los chistes que profanaban religiones, me vi largo tiempo absorto y absurdo. Entiéndanme, su poesía tan antigua pero tan correcta y sus cuentas de números por cualquier cosa, por cada cartón que en sus manos anduviera, les serviría para saber que su mundo estaba lleno de "batallitas" y "quebrados" cómo él llamaba a nuestras divisiones de EGB. Escuchando su silencio logré oírle no sé qué de su Virgen del Rosario policromada de olivos, centinelas y quintos. Del vino que tiene Asunción y de un trozo de queso del que los ricos comen sin piel, del que los medianos, raspado y del que los pobres lo hacen sin pelar... del buen enseñar, del buen amar, del buen soñar, de las cuestas altas para árabes o romanos que tanto cuestan andar...

Y es que su Virgen del Rosario bendita y bendecida por el calor de su pueblo que él, como el que más, también amaba, hacía que dejara evadir ese colorcito de cara cada vez que le preguntabas: ¿Alcuéscar? ¿Y ese nombre? Él sacaba sentido y sensibilidad para cualquier cosa que tuviera que ver con el gusto por su mundo de casitas agazapadas en laderas de sierras de tres montañas. Él era el que más sabía de todo lo que tú necesitaras aprender de él.

De una visión desde el guardabarros de un tractor o desde sus brazos -aún no lo sé- saqué mi vértigo y mi miedo por no poder nunca expresarme desde importantes alturas que se lo merecían. Y sabe que estoy en deuda. Hace veinticinco años que nos conocemos y no sabe que le quiero por quitarse la gorra cuando yo se lo pedía y por no olvidar cada dibujo que me vio hacer en el zaguán de su casa o en el umbral de su calle. Porque su dura disciplina de hombre galante le obligaba a ser cortés con el último de la fila y con el primero de la clase. No sabe que le quiero porque personas como él son de los que no se van nunca y esos son los tipos que tienen mi aprecio y algún que otro cuadrito. No sabe que le quiero por la gracia que me hacía su miedo a las culebras y a la oscuridad. Tengo las ganas que tiene él, tengo los medios y los motivos. Tengo un saco de palabras cosido con las suyas y tengo el tiempo que necesito para saciar mis deudas. Tengo pinceles para varear aceitunas y colorear su vida con mis colores de sus poesías. Tengo en mi mente grabada cada riña incoherente pero válida. Y tengo cada escalón que subió en esa casa corregido con la llanura de mi futuro. Tengo el aliento que me permite coger la fuerza que necesita mi tractor para arar más allá de los olivos que aró él.

Tengo un código de circulación arañando mil recuerdos y complicidades que llegué a negar cuando las quería para sus publicaciones locales. Tengo tanto que devolver que su escasa sonrisa me sirve como perdón. Y le quiero pero él no lo sabe, por creer tanto en mí. Y le quiero pero él no lo sabe, por ser mi abuelo del pueblo. Y le quiero pero él no lo sabe, por querer mi arte con él, cerca de él. Le quiero. Le quiero pero él no lo sabe, porque no se lo dije nunca.

Cada acierto en disputas le hacía grande. Cada heroicidad le hacía soberbio. Cada logro le hacía héroe. Como de todo eso tuvo mucho, para mi, ese tipo que se sienta hoy conmigo en este recoveco del camino es grande, soberbio y héroe. Y si le digo que se quite la gorra, se la quitará. ¿Puedo pedir más? Supongo que sí. No tenía que haberse ido, tenía que haberle dicho que le quería. Pero tendría que hacer algo por ahí...ya vendrá.

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