viernes, 15 de febrero de 2008

Tres recuerdos imborrables (I)

El Popeye

Aún conservo la melancolía por aquellas tardes, todavía cierro los ojos e inspiro pretendiendo que las diminutas partículas del aire me devuelvan a aquel junio. Intensísimos días en los que, del siguiente, no esperabas más que un radiante sol y la misma pelota que te acompañaba fiel bajo el brazo. Los primeros años.

En aquella época, nuestros padres estaban instalados en la nostalgia, cada suspiro les recordaba que ya no eran niños. El primer parche en nuestra ropa agitaba su memoria, transportándoles a su vez a cualquier tiempo pasado. La improvisación les hizo, por fin, adultos.

Aquella tarde hice los deberes, mi madre me había prometido un premio: me dejaba subir a la plaza a comprar un helado.

Bajé las escaleras con la luz apagada, respirando cualquier reflejo de luz naranja del atardecer, como aún sigo haciendo cada día. Y allí estaba ella, como casi siempre (o por lo menos como le recuerdo), sentada en una silla en la calle, resolviendo algún crucigrama. Sin decir ni una palabra extendí mi mano.

-Yo quiero un Popeye, tú cómprate un sorbete de naranja o de limón- dijo.

Indignado, pues mi premio no podía ser más pequeño que el suyo, le dije que yo también quería un Popeye. Pues, ¡mis sumas y restas eran más importantes que sus crucigramas!

-¡Es que es para mayores, los niños no lo pueden comprar!- me interrumpió.

Durante unos segundos me asaltó la duda, pero era obvio, había bebidas para mayores, comidas para mayores e incluso chicles para mayores… ¿por qué no también helados?

Sin vacilar más, asentí y me fui contento al kiosco…

De entre todas aquellas tardes, mi cabeza se quedó con esta. Quizá se trate del día en que por primera vez, conscientemente, otorgaba plena confianza a mi madre.

En nuestras vidas, hay poca gente que consigue ese privilegio. Debe tratarse de algún mecanismo genético que se activa cuando alguien supera todas las pruebas de afecto que cada uno impone.

Somos capaces de arriesgar nuestras propias creencias para, simplemente, mostrar nuestra devoción. En mi opinión se trata de uno de los vínculos más nobles que se establecen entre dos personas. Independientemente de la razón, tomamos por nuestras las decisiones del otro llevándolas a cabo con una seguridad impropia. Esto es lo que significa este recuerdo.

Tengo que reconocer que nunca probé ese helado…

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