viernes, 8 de febrero de 2008

Alegoría

Sé como te sientes, ¡ven anda!. Hace un tiempo que empezaste a perder por los lavabos de mis miedos las horquillas que sustentan casitas con jardines en el porche, y se te viene todo encima. Natural... Natural cómo tú. Si no puede ser...

Te diré... Verás, todo volverá a ser como antes, ¿vale? así que, tranquila, tranquila mujer... ¡Si todo pasa! ¿Es qué no has visto en la televisión que hasta las llamas más altas dejan de arrasar el pueblo cuando se interpone la mano del Hombre y el agua de La Tierra? Tranquila, no te me angusties, que estoy aquí... Que ya nada va a volver a separarte de mí. Que dudé del valor de tu palabra cómo un necio, pero no de mi aprecio a tu silencio. Cuando ni siquiera, por poco que supusiera, le dimos a lo nuestro ningún precio y nos tratamos... ¿cómo se dice? ¡Ah! ¡Sí! Con desprecio.

Pero vi el valor que vale dejarnos a las puertas del desamparo de cada cual sentados en ese frágil bordillo plomeado de cristal que vitrifica mi esperanza y no deja a uno vivir en la más merecida paz. Y viendo pasar fotogramas de escenas de romances apasionados en el proscenio de mi cama deshecha hasta fui capaz de ver, de lo transparente que era todo, la cruz de malta por un momento derecha.

Por eso me apoyaba en los soportales que hacen sombra en mi corazón y que aguantan tantos chubascos irregulares al día... Por eso tuve que esconderme en los ojos que me obligaste a mirar y a leer... Y por eso mismo, alguna vez, cuando tú pasabas con tu paraguas, sin ruido pero sin premura; ronroneando como los gatos tiñosos que se tiñen de amargura y me llamabas seseando con esa esbelta figura y andares sueltos de soltura... Por eso, cuando todo eso pasaba, ¿te acuerdas que me decías con tu linda voz repleta de ternura al verme chorreando en mi completa calaura?: "¿Es que no te has mojado ya bastante hoy, imbécil portento de transitoria locura?"

Tranquila... Te digo, que he vuelto para llevarte conmigo a esa casita, que te cuento desde hace un rato ya, de frío porche y de verde zaguán. Para decirte lo bien que allí estaremos, te lo prometo. Que sólo tenemos que arreglar algunos enchufes y pintar las marquesinas de las ventanas...¡Ah! ¡Y levantarnos tempranito por la mañana! Y a eso del fin del día recordarnos mútuamente que en los sitios donde estuvimos el aire pesaba quintales, costaba respirarlo y ni las cometas querían galopar en sus vendavales. Que todo lo que quería, todo lo que sólo podía mirar, empezaba por ti pero, para empezar, ni siquiera te tenía a mi lado. Y te necesitaba tanto para aprender tanto...

Pero ahora no. Ahora no quiero tu llanto.

No voy a volver a decírtelo. Sabes que no voy a volver a perderte, porque ya lo hice y casi me quedo sin ganas de nada. No voy a volver a echarte de menos porque no voy a quitarte los ojos de encima. Que voy a grabar el último garabato en mi diario vivir con tu nombre adornado de ribetes. Y voy a poner en cada relato la cinta roja del mimbrete junto a un marca-páginas, hecho con todo lo que arañó mi retina y no mi alma, en un sitio preferente. Para que sirva de guía en el camino oscuro que va desde mi efervescente presente hasta mi anhelado futuro.

A ti mi niña, a ti MI ILUSIÓN, te dedico este rato, aunque te deba un minuto de reloj parado en cada relato. Por ti me hago anciano en un mes de aliento dentro de un año de acierto en la vida deshecha de mi mano. Querida ILUSIÓN, te digo: quiéreme y dame las tuyas, no seas rencorosa, que he vuelto crecidito y bastante cabreado y no ando yo regalando mi tiempo que bastante he malgastado, ¿ok?

Querida ILUSIÓN, ya gira la televisión que vamos a ver que echan hoy por el mundo y pásame las palomitas. Y acurrucate anda...

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