jueves, 6 de marzo de 2008

Mi utopía

A golpes de retro-excavadora gigante, por fin conseguí despejar el camino. El que guía mi percepción del mundo real hasta el permisivo y desbordado guardia fronterizo que permitía el paso a cualquier experiencia, válida o no. Camuflada entre la morralla, acumulada con el tiempo, cualquier pantomima podía colarse para quedar alojada en mi mundo interior. Repito, he despejado lo que me adormece, no he sustituido mi criterio.

Ahora, después de aguardar el tiempo prudencial de rigor, tras comprobar que funciona, que estoy en plena forma, que soy capaz de afrontar con solvencia mis elecciones. Ahora solo pasa la frontera lo constructivo, lo que enseña. Ahora es el momento de desescombrar hasta descubrir los cimientos, mis principios.

Después de mucho tiempo, ya no me resisto a acuñar el término utopía a mi definición de mundo interior. Porque se que, estrictamente es irrealizable, materialmente no tendría sustento, y soy consciente de que dista mucho, en esencia, de la utopía de cualquier otra persona. Y sin embargo he repartido más visados que nunca, algunos indefinidos. No exijo profesar fervor, ningún tipo de nacionalismo… Solo quiero aliados que sin condiciones se acomoden estando de visita.

Contigo quiero hacerla compatible con ese mundo que no existe. Ese que entre tú y yo hacemos llamar real, el que definió Kant, hacia el que conduce el pragmatismo solemne que se atasca en tu boca. Del que, cada noche, nos vemos obligados a huir por aburrimiento porque no es capaz de albergar la mitad de las emociones compartidas.

Entonces ahí estás tú, ahora mi vecino porque me estás leyendo, mi huésped porque me comprenderás, mi más fiel verdugo. Fijas mis fronteras, pero no pones límites geográficos, ni políticos, ni culturales. Amenazas con armas nucleares y me agasajas con deudas condonadas; bipolarizas de forma visceral mi futuro, cada día un poco más.

Me he preparado a conciencia, descorchando estereotipos para estrellar amores platónicos en el borde de la última galaxia, hoy quiero escuchar lo más crudo. Estoy listo, no te preocupes, no es culpa tuya, nadie va a perder. Esto nunca fue un enfrentamiento, a lo sumo una provocación acobardada de un colegial con sus libros de texto todavía colgando de la espalda.

Tragos de cerveza que, a filo de machete, despejan dudas en épocas llenas de noches de descubridores y colonizadores. Patadas con saña a esferas vacías, hechas de piel, serrín y cemento y cosidas con hilo de marionetas, en fin de semana. Besos egoístas acostumbrados a perder y paseos por la linde del destierro. No pido más. Todo lo demás son despropósitos desenfocados que quemar en la hoguera que agoniza entre nuestras piernas.

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