sábado, 20 de noviembre de 2010

Fronteras

No sé si es sólo una impresión, o fruto de mi mala información, pero me da la sensación de que, poco a poco, nos vamos convirtiendo en máquinas de reproducir titulares. Tres imágenes sacadas de contexto, con una frase sesuda insertada, en el informativo de Pedro Piqueras y ya tenemos una hecatombe digna del apocalipsis. Y que cada uno tire por donde pueda.

Quiero pensar que antes no era así, se meditaba cómo afectaría a la vida de cada persona un suceso general. Aunque quizá porque no se disponía de tanta información ni tan actualizada como ahora, pero este es otro tema. Creo que nuestros mayores no se dejaban llevar por las modas y no cambiaban de principios como de logotipo el partido político de turno, o como de diseño de camiseta del equipo de nuestros amores.

A veces creo que no somos capaces de asimilar realmente ni un 5% de lo que vemos. Pasamos por alto tanto lo que produce dolor, como la información que provoca reacciones profundas que afectan a la parte más íntima de nuestra psique. También creo que no interiorizamos, reproducimos sin masticar, sin ni siquiera saber si lo que decimos es digno de nosotros.

Una obviedad, todos estamos hechos de lo mismo. Todos repetiremos, en algún momento de nuestra vida, patrones de comportamiento muy similares, de esto estoy seguro. Sin embargo, esto no quiere decir que no debamos enfrentarnos a nosotros mismos, a nuestros ideales, principios y valores cada noche al regresar a casa. Y cuando tengamos tiempo libre, repasar nuestra conciencia social. No quiero confundirla con conciencia global, una expresión odiosa para mí.

A los niños, por el mero hecho de ser niños, se les atribuyen dos cualidades inherentes: inocencia y duda. Pero aquí estoy confuso, porque eso es sobre el papel. Yo creo que ya no existen niños de esos, ¿será que nos estamos empeñando en matarlos a todos? Y si se supone que todos llevamos un niño dentro, ¿nos estamos matando a nosotros mismos?

Los niños dejan de ser niños muy pronto, terminan con todas sus dudas a una edad muy temprana, el día que se les explica qué significan los numeritos de la nómina de sus padres.  Y acaban, del todo, con su inocencia cuando tienen que mentir (sin control por parte de los padres) con su edad al Tuenti, para que les deje entrar. Antes de eso llegaron los móviles, ropa nueva dos veces al mes, videoconsolas, juguetes absurdos, armas de fuego (si, armas de fuego), portátiles, conversaciones no aptas, drogas (si, drogas, fumar delante de un niño es drogarle), programas de televisión no aptos. Y un largo etcétera que todos conocemos.

No sé si me estoy metiendo donde no me llaman, porque yo no tengo ningún hijo. Pero qué narices, me siento igual de responsable que el resto de adultos. Y me atrevo a decir que me gustaría que todo esto cambiara, por lo menos a mi alrededor. Me gustaría que la prioridad fuera, para variar, la duda, en su primera acepción del diccionario. Todos y cada uno de nosotros deberíamos dudar, no ya de la veracidad de un hecho, sino sobre el hecho en sí mismo, e inculcar la duda, inculcarla a nuestros hijos. Así mantendrán su inocencia durante toda la vida, mantendrán su infancia viva durante toda la vida. Porque su cerebro está preparado para discernir entre el bien y el mal, serán capaces de establecer fronteras para discrepar, o estar de acuerdo, con nosotros y con todo el que haga falta.


"La verdadera patria es la infancia- Rainer Maria Rilke

1 comentario:

Cooper dijo...

No hace falta ni que la frase sea sesuda...

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