Resulta tan determinante encontrar el camino adecuado en la vida. Tener unos amigos, una pareja que te haga feliz, una familia que te avale, pero sobre todo a lo que se dedica mi tiempo en estos últimos tres años es a encontrar el futuro laboral.
Si una frase describe mi actitud en los últimos meses puede ser la de “insoportable”, verdad José. Insoportable porque la dedicación diaria a unos papeles, variopintos en su contenido, desde la Revolución Meiji a la Regencia de María Cristina, pasando por las primeras sociedades urbanas o el destello de la Crisis de los 30. A unos papeles que pueden suponer el destino o la decadencia de una persona o simplemente el elegir otro camino.
Mi actitud puede haber resultado en ciertos momentos dura, perdón a todos aquellos a los que en algún momento hable mal, fue fruto de un mal día, quizás por las bombas atómicas, no sé. Aunque también confieso que continuará todavía.
Quizás luchar por algo que parece no tener fin parece erróneo, sin embargo son sueños, sueños que quizás no se lleguen a alcanzar, sin embargo el mismo hecho de intentarlos ya supone un acercamiento a los mismos.
Alguien dijo muy sabiamente que la vida de estudiante es la mejor. Sí, sin duda lo es. Pero todo estudiante tiene su final, su objetivo, su meta. Lo importante no sea quizás el tiempo que tardes en ello, sino que llegue ese final tan ansiado. Porque llega un momento en que la vida te pide algo más, te pide independencia, te pide libertad, y todo eso se consigue siendo capaz de salir de casa cada mañana a trabajar. Y ese día llegará, antes o después, pero estoy segura de que algún día lo hará.
Mientras tanto, queda todavía un largo camino por recorrer, noches para llorar, para recitar, para repasar, para gritar, para elucubrar, para volver a estudiar, y para seguir día a día poniendo esas piedras de la casa del futuro, de nuestra casa. Porque algún día llegará el tobogán.
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